“ESCRIBIR ES DEJAR TESTIMONIO DE UN TIEMPO”
Es un día de semana en Puerto Rico. La ventana de la oficina limita con la vereda peatonal: la gente pasa a metros, quizás a centímetros de nosotros. Carlos Martínez Gamba los mira por unos instantes, luego dirige su mirada hacia mí, y aclara una primera cuestión, más bien responde la primera de una serie de tímidas preguntas que habré de hacerle: “Tengo como 20 obras publicadas y otras a publicar, así que me considero un escritor. Alguna vez no le di mucha importancia a la escritura, pero ahora que voy envejeciendo estoy dispuesto a asumir esa condición. Y me gusta, me gusta ser un escritor”.
Adentro, en esta oficina prestada por algún amigo porteño, no hay mucho para observar. Hay un escritorio bastante chico, a cuyo costado reposa, majestuosa, una máquina de escribir. Y en uno de los rincones, un sillón hamaca construido con tacuaras e hilos, parecida a las que construyen los mbyá guaraníes en el nordeste argentino. Le pregunto por qué escribe.
-Hay muchos motivos- me dice, volviendo a mirar hacia la ventana. Suspira fuertemente, y finalmente dice: -Escribir es dejar testimonio de un tiempo. Y no sé por qué, uno lo quiere hacer desde un punto de vista personal, siendo que los diarios, las fotografías, están dejando constantemente otros testimo-nios. ¿Porqué uno también quiere hacerlo? Eso no lo sé.
“Eso no lo sé”, dice el escritor nacido en Villa Rica, Paraguay. Dice que no lo sabe, aunque lo más probable es que evite la explicación de lo que no necesita ser explicado, de lo que no tiene una respuesta lógica y racional. Como esas luces, que en la noche absoluta se encienden sin ninguna fuente de energía que las abastezca.
-¿Qué hace que Ud. se decida a escribir una historia?
-Y... de repente es como una luz que se enciende, y uno dice “sobre este personaje tengo que escribir”. Mi primer libro nace así. Hay un personaje popular que en castellano quiere decir "Piquentito” -el que tiene esos bichos que salen de los pies-, sobre el que se tejen infinitas historias en el Paraguay, y que nunca fue elevado al plano literario. Además es un personaje que siempre me gustó porque de chico me contaron muchos cuentos sobre él. Me dije: ”¿Cómo esto no fue elevado al rango de literatura escrita?” Porque como literatura oral sí existía. Y escribo ese libro en breve tiempo, el cual me dio pie para seguir escribiendo.
“Piquentito” fue publicado en Buenos Aires en 1970, cuando Martínez Gamba tenía 31 años. En la década de los ochenta publicó en Posadas y en la ciudad brasileña de Curitiba, aunque actualmente publica en Asunción. Básicamente escribe poesía y narrativa corta, siempre en guaraní, su idioma vernáculo.
Le pregunto si ha publicado novelas: me niega con la cabeza. Acomodando su larga barba canosa, como simulando peinar lo impeinable, dice que quizás todavía esté a tiempo. Se toma las manos, entrelaza los dedos. Le pregunto sobre aquella vieja polémica según la cual escribir novelas es relativamente más fácil que el cuento. “Así dicen –me dice-. Pero el primer cuento argentino, El Matadero, escrito por (Esteban) Echeverría, no tiene los lineamientos ni las exigencias que ahora quieren imponerle al cuento, pero nadie puede negar que sea un cuento. Para mí el género por excelencia es la novela, la novela larga, de 1000 páginas, como La Guerra y la paz. Yo escribo cuentos, pero me hubiera gustado escribir “La guerra y la Paz”. El que no puede escribir una novela así es el que se dedica a endiosar las cualidades necesarias para que el cuento sea considerado perfecto.
Como para ahondar en el tema, le sugiero al autor del Aleph como uno de los pregoneros del cuento en detrimento de la novela. Carlos Martínez Gamba me dice: “Yo creo que Borges no escribía novelas porque no tenía la polenta suficiente. Porque hace falta mucho esfuerzo. Un cuento uno lo puede hacer en un par de horas; una novela lleva años. Hay que ser consecuente, sentarse todos los días frente a la máquina, y darle duro”. Sonriendo, hace de la ironía un arma letal: “¿Qué hacemos los que no escribimos novelas? Decir que la novela es un género facilongo y que el cuento sí que es muy difícil porque nosotros somos cuentistas”.
Me río. Martínez Gamba, despo-jándose de cualquier resabio de ironía, denota seriedad. Mira hacia afuera, hacia esa ventana que es algo así como el umbral entre su mundo y el mundo exterior, entre una época y otra, entre la realidad y sus ficciones. Empiezo una pregunta, intuyo que me lee entrelíneas. Me observa con atención, más acá de la ventana: a medio camino entre su interior y mi exterior. Empiezo a preguntarle, achica un poco los ojos, le pregunto qué libros no puede dejar de leer un buen lector.
-El Quijote, Los miserables, y Crimen y castigo. El que no leyó esos tres libros se puede decir que no leyó nada.
-¿Y en cuanto a la literatura Latinoamericana?
-El que más me gusta es (Alejo) Carpentier, el cubano. Me parece un escritor exquisito, ejemplar. También me gusta mucho Arlt.
-¿Es de releer?
-Y... yo sólo releería la carta de mi padre. Para el tiempo que fue escrito tiene mucho de interesante, por lo menos desde el punto de vista psicológico, no tanto desde el literario.
Martínez Gamba ha nombrado a Roberto Arlt, ha dicho que es un escritor que le gusta mucho. Entonces le cito una frase de ese autor porteño, a partir de la cual todo aquel que alguna vez haya leído un libro no podrá ser nunca feliz. Martínez Gamba ríe espontáneamente, como si se sintiera orgulloso por el escritor que admira. “Es que uno aprende a cuestionarse a través de los libros -me dice entre contento y pensativo-. Pero si traen infelicidad, es una infelicidad positiva, porque es una infelicidad que hace que uno se conozca a sí mismo y considere más a su prójimo, hace que uno no viva tanto para dentro y que se expanda en torno suyo”.
Afuera, la vereda es atravesada por un grupo de chicos: gritan y ríen a carcajadas. Llaman nuestra atención, así que permanecemos mirándolos. Él pensará qué es lo que pensarán esos jóvenes. Yo pienso, en cambio, qué es lo que pensaremos los jóvenes. Miro mis apuntes, más que preguntar, pretendo sacarme una duda:
-¿Entonces no hay duda que en los libros se esconden las posibilidades de mundos mejores? Quiero decir: ¿son cien por ciento positivos, o uno puede cuestionar ciertas cuestiones?
-Sí, sí son positivos. Además los libros pueden ser considerados el corazón de los pueblos. ¿Dónde se reflejan los pueblos? Más que nada en los libros. También hay otras manifestaciones en las que se refleja el carácter de un pueblo. Pero sobre todo en los libros, en la literatura. Así que para mí es un elemento esencial en la vida de los hombres.
Las preguntas se me van termi-nando. Tengo muchas, en realidad, pero ninguna demasiado original, ninguna digna ser expresada. Porque hay preguntas que cansan, y respuestas que no interesan. Pero desde mi pretendido papel de interrogador, como un tonto que es arrastrado por la manada, no puedo no preguntarle sobre el papel de los escritores en el desenvolvimiento de la vida política: a regañadientes le pregunto por la relación de los intelectuales con la realidad política y social. “Los escritores – responde con convicción- no pueden estar marginados de la realidad social. Pero pienso que su compromiso primordial es con la literatura, o sea tratar de escribir bien”.
Martínez Gamba permanece pensativo unos segundos, mirando, quizás, hacia su interior. Luego continúa: “Es que hay una lucha importante sobre la tierra: que haya menos pobres, menos miserables. Y la realidad es que siempre hay más. Este sistema que ahora rige al mundo, el libre mercado y todo lo demás, ha creado más pobres que nunca antes. Esas son cosas con las que yo no puedo vivir.
Tocan la puerta, entra una persona. Le digo que lo atienda tranquilamente pero me dice, terminante: “No, sigamos contigo.” Le dejan unas carpetas, y retomando el hilo, sentencia: “Es decir que es la injusticia lo que no tolero, es con la injusticia con lo que no puedo vivir”
Le pregunto, entonces, por sus mecanismos de defensas. “Y bueno
-me dice, con tono de quien evoca tiempos pasados-, yo siempre milité de un lado. Y esa militancia me ayudaba a ordenar mi vida, era un instrumento válido para que no me volviera loco, para mantener cierta coherencia. Y también la literatura: la literatura siempre me ayudó mucho”. Me mira con profundidad, como si hubiera terminado de responder. Sus ojos siempre pequeños, parecen encenderse ahora en un arranque de ilusión, como quien mirando su historia, proyecta futuros: “Creo que el hombre se va a ir perfeccionando, creo que alguna vez se va a crear una sociedad justa. Esos eran nuestros ideales en mi tiempo, y bueno, yo sigo viviendo con ellos”.
Empiezo a recoger mis cosas. Pensando ya en la redacción, buscando una respuesta a modo de cierre, le pregunto si le obsesiona la muerte. Me dice que no, que antes cuando era joven alguna vez le preocupó, pero que esos temores se fueron extinguiendo con el paso de los años. Un tanto inconforme con su respuesta, aclara: “No me quiero morir de ninguna manera, pero si por allí viene la muerte, le voy a decir: ´Entra ya, no esperes allí afuera`”.
Mientras sonrío, me pregunta si servirá la entrevista. Yo le respondo que sí, que por supuesto que sí. Como quien habla de un partido de fútbol, continuamos hablando de la relación del periodismo con la literatura, y del importante sustento económico que esa conjunción significó para muchos grandes escritores. Riendo le digo que la plata no tiene importancia, que se la puede ir haciendo día a día. Matínez Gamba, también sonriendo, acota que “claro, plata tiene cualquiera. Si he gastado fortunas para seguir siendo pobre”.
Kevinmorawicki@yahoo.com