lunes, 15 de septiembre de 2008

Monte Seguín

En marcha, un debate público que definirá el futuro de la selva ribereña de Puerto Rico

domingo, 07 de septiembre de 2008

Desde el 2003 no se tiene un conocimiento claro de las propuestas de desarrollo para el área destinada a parque provincial Monte Seguín. Ahora la Comisión de Ecología local pide explicaciones al Ejecutivo e invita a la comunidad a participar y definir el futuro de ese importante rincón ambiental.


Para sorpresa (y agrado) de todos, la comisión de ecología de Puerto Rico propuso al Poder Ejecutivo informar públicamente en qué situación de encuentran las 307 hectáreas del Campo Cuñá Pirú, conocidas también Monte Seguín, y qué tipo de actividad está planificado para el lugar. En ese marco, se invita a todos los sectores interesados de la comunidad a participar, entre ellos los integrantes de Amigos del Volante, Revista Cocu, Asociación Civil Nativos y el guardaparque honorario Martínez Gamba Rodrigo.

Las tierras en cuestión, identificadas como Lote R, están situadas a la vera del Río Paraná y representa el ambiente de Selva Ribereña, donde la última extracción forestal organizada data del año 1919, con numerosas nacientes y afluentes del Paraná y una interesante y variada fauna, sobre todo de aves y de mamíferos. En el año 2003, se sancionó la Ley Provincial 3.984 que declaró de utilidad pública y sujetos a expropiación esas 307 hectáreas con la finalidad de crear un Parque Turístico y Ecológico. Sin embargo, eso no ocurrió. Ahora, con la decisión de la Comisión de Ecología local, el tema vuelve a tomar estado público y podría finalmente crearse el primer parque de selva ribereña de Misiones, un recurso ambiental y turístico excepcional.


El Poder Ejecutivo fue el primero en participar y explicar, el lunes pasado, en el debate público en el Concejo Deliberante. Mostró una "propuesta de desarrollo” para el predio: un "Parque Turístico y Ecológico" que ejecutaría la Dirección Provincial de Arquitectura.

El grupo de vecinos nucleados en la Unidad de Trabajo Ambiental analizó este proyecto y concluyó que el mismo no tuvo en cuenta las riquezas naturales del predio, ya que carece de una evaluación de impacto ambiental de las obras, y por lo tanto acentúa la delicada situación de especies vegetales y animales en riesgo de extinción.

El día 15 de septiembre próximo, estos vecinos expondrán su punto vista y presentarán una caracterización socio ambiental del predio y potencialidades de uso. Proponen, entre otras cosas, actividades de educación ambiental en conjunto con todas las instituciones educativas de la ciudad, y trabajos de desarrollo científico por parte de la Cátedra de Ecología General de la UNaM.

La protección de la flora y fauna de ese lugar, mediante la figura de área protegida, cuenta con el respaldo de la Fundación Félix de Azara y del prestigioso naturalista Juan Carlos Chébez.

la noticia acá

martes, 29 de julio de 2008

La Fundación Azara propone la creación de un Parque Provincial en Puerto Rico

El destacado ambientalista Juan Carlos Chebez, coordinador del Área de Biodiversidad de la
Fundación de Historia Natural Félix de Azara, ha hecho llegar a nuestro municipio una propuesta de creación de un Parque Provincial en el predio del Monte Seguín de Puerto Rico. (ver entrada del 19/7/2007).

La creación de un Parque Provincial sería la única alternativa viable de preservar este remanente de Selva Ribereña que alberga importantísimas especias de flora y fauna de la Selva Misionera (uno los 25 hotspots del planeta), en particular 2 especies en peligro de extinción a nivel mundial: el Tamanduá (Myrmecophaga tridactila) y la Mosqueta Oreja Negra (Phylloscartes paulista).
Cabe destacar la importancia ecológica, socio-cultural, económica, histórica, así como la eco-turística (Región de las Flores) de este predio que pasaría a ser el primer Parque Provincial del Departamento.
Es preciso aclarar que esta propuesta potenciaría las obras de infraestructura planificadas para el predio llegando así a la concreción del ansiado Parque Turístico y Ecológico.


www.fundacionazara.org.ar

vista aérea del Monte Seguin y de la pista de carrera- foto: gentileza Urffer-Gallero

domingo, 13 de abril de 2008

algunas fotos más: presentación cocú 15



Hernán Soto, de Fisura, probando sonido por la tarde.



Javier, Horacio y Ana



Planaria, de Puerto Rico, tocando por primera vez en vivo!


¡cartel artesanal!


para llevar y compartir

editorial 15

LOS AUTOS INCENDIADOS:

REPRESIÓN, CHIVOS EXPIATORIOS Y POLÍTICAS CULTURALES PARA JÓVENES

Los hechos sucedidos en Puerto Rico en torno a la quema de autos parecen ser susurros al oído de Cocú: jóvenes y orden social, es decir, problemáticas jueveniles –y no sólo- que remiten, se mire por donde se mire, al orden cultural. Cocú, Cultura y Juventud… ¿Qué significan esas palabras? Parece estar claro que, en el contexto actual, significan mucho y, al mismo tiempo, nada. Durante los últimos años y crisis de 2001 mediante, muchas veces nos hemos preguntado desde Cocú si no estaríamos “endiosando”, sobrevalorando la importancia de trabajar en el orden de lo comunicacional y educativo, cuyo piso y cielo es siempre lo cultural.

Al igual que en otros pueblos del país, los últimos sucesos en Puerto Rico –que se suman a otros, como el desborde de las instituciones educativas para contener dentro de sus muros la formación de sujetos y subjetividades- parecen decir que no, que no era una exageración la necesidad del trabajo cultural. Y que, de hecho, atravesamos por un momento de la historia que Antonio Gramsci llamaba “crisis orgánica”. Ya lo hemos dicho varias veces en esta revistita, pero esta frase, aunque de vuelo literario, sigue dando cuenta de una posible “puerta de entrada” a la comprensión de lo que está pasando en nuestros días: “lo viejo muere y lo nuevo no llega a nacer”. Es decir un desfasaje, una crisis (según Gramsci) fundamentalmente del orden cultural que repercute en el orden político; esto es, en las acciones posibles para abordar y “trabajar” eso que pasa en el mundo. Y lo que pasa es lo que advierten los antropólogos: no sólo ha cambiado el mapa sociocultural, sino que han cambiado los principios mismos del trazado del mapa.

Algunos de los muchos rasgos de la crisis orgánica (que tanto pusieron en evidencia lo que se dio en llamar “la emergencia de las culturas juveniles”) son:

  • La crisis de las instituciones de representación (partidos políticos) y de formación de sujetos (la escuela)
  • La crisis de los “contratos sociales” que supuestamente garantizaban derechos a cambio de la sumisión de los gobernados en una autoridad soberana.
  • Y la crisis o desdibujamiento de los imaginarios de ascenso social respecto a las condiciones materiales de vida, producto de un mercado laboral precarizado y en el contexto de novedosas y terribles formas de pobreza estructural, consecuencia de las políticas neoliberales y el accionar vergonzoso del sistema político.


Ante esta situación, el panorama es difícil y complejo. ¿Qué hacer ante casos como la quema de autos? ¿Es un tema judicial, policial, económico? ¿O es también un emergente inevitable del tipo de sociedad que hemos construido?

Es curioso: pero las visiones sesgadas de la realidad siguen proliferando y, por lógica, obturando las posibles acciones que puedan contrarrestar las problemáticas sociales.

A pesar de las dificultades que estas visiones nos generaron a la hora de imaginar y dar forma a espacios de participación y expresión juveniles, los que estuvimos y estamos en la propuesta de Cocú y Alterarte sentimos que en algo no estábamos tan equivocados. De hecho, una investigación sobre el “Proyecto Cocú”, titulado “La lucha de los Innombrables: lo educativo y político en espacios comunicacionales juveniles”, será publicado como libro por la Editorial de la Universidad de La Plata.

Pero más allá de estas autorreferencias un poco sanguíneas y que van de la mano del recuerdo de cuando salíamos a buscar publicidad en febrero de 2002 y sólo nos encontrábamos con cierres de puertas en la cara, lo que no tienen que quedar opacado es el entendimiento de que la educación es un proceso de comunicación atravesado por la cultura.

Dicho de otra manera, la comunicación y la educación, en el sentido al que adherimos tanto ética como académicamente, tiene que ver con la incrementación y problematización de las “lecturas del mundo” como paso previo a poder “escribirlo”, es decir transformarlo. Como dice el pedagogo Paulo Freire, no es suficiente con el aprendizaje de la lectoescritura y los contenidos programáticos de la educación formal. Por eso es que la realidad entra por los muros escolares y condiciona el proceso educativo, y es por eso que la escuela es un escenario en donde puede ser mirada la conflictiva sociocultural de los tiempos que corren. Los maestros dejando de gozar el prestigio y reconocimiento de antaño mientras tampoco son capacitados para trabajar en contextos de fuerte complejidad cultural.

Por otra parte, cuando decimos que es importante los procesos formativos que nos llevan “comprender lo que está pasando” no es para tener opinión elegante o palabrerías acerca de lo que sucede socialmente; sino que la comprensión condiciona la acción, es decir, la “lectura” que hagamos de lo social determina el rango de acciones posibles.

Por eso dice Gramsci que la crisis cultural repercute en el orden político: por ejemplo, cómo abordan este tema los “representantes del pueblo”, de las instituciones, de los que ocupan lugares de poder. No sería extraño que, como sucede en otros casos de Argentina, ante la condición juvenil el abordaje fuera únicamente en términos judiciales o policiales, como si se tratara de extirpar algunos tumores y una vez logrado esto, todo volvería a un supuesto normal desempeño de un orden de cosas justo.

En definitiva, estamos hablando de “Educación popular”, dentro y fuera de las aulas. No tanto en el sentido que lo entendía Sarmiento, para imponer un pasaje de los “bárbaros” hacia lo “civilizado” en un proyecto de hegemonía que desatendía las diferencias culturales, sino como proceso colectivo de problematización de la comprensión del mundo y del trabajo en conjunto para pensar acciones posibles. Por ejemplo, acciones del orden de lo cultural. Porque, como decía el pedagogo cordobés Saúl Taborda, todo espacio social educa, la sociedad toda es la que educa. Eso es lo que la política no hace. Porque no lo entiende. Porque no le interesa. O porque lo sabe pero prefiere crear “chivos expiatorios” para mantener un orden social injusto.

Lo volvemos a decir, una y otra vez: la focalización y acusación moralista y represiva de la condición juvenil cierra las puertas para un cambio hacia un mundo mejor. Es algo que ha quedado viejo. Y no nos quedan muchas alternativas: es ahora cuando debemos trabajar en conjunto, comunitaria y solidariamente para contribuir a la llegada de lo nuevo. Aunque cueste sudor y lágrimas, esforzarnos e intentarlo también será hermoso.

domingo, 30 de marzo de 2008

¡nació Cocú 15!




recién salidas de imprenta! todavía tinta fresca, apiladas, en cajas, expectantes las palabras.

la ilustración de tapa es de Marcos Luft.

domingo, 26 de agosto de 2007

Árbol o arbusto, hay una planta de Cocú frente a nuestras casas que es más grande de lo que uno pudiera creer. De tan grande parece no ser de cocú, aunque pasemos frente a él o estemos punto de chocarnos la cabeza. Porque está inclinado y arriba sus ramas se recuestan en un árbol grande y viejo. Parece venido a menos pero tienes hojas y unas cuantas frutitas. Pero: ¿podemos verlo, podemos ver el árbol crecido a nuestros pies?...

Simbolismo o alusión literal, esta es un nueva edición de esta revistita que, se quiera o no, ha crecido mucho en cuatro y tantos años de escritura, de amores y dolores en la expresión de lo que te pasa a vos o a él, a nosotros. ¿Por qué tardar tanto para que saliera la edición 14? Aunque la pregunta podría ser otra: ¿a alguien le importa que los jóvenes tengan un lugar de expresión, un lugar de encuentro que saque a la luz la desgarradora experiencia de vivir en una crisis histórica? ¿O es que no hay crisis alguna? ¿O es que podremos pasar por esta vida con cierta plenitud y sin ruidos hambrientos en la panza?

El árbol de cocú es grande, tan grande que sus raíces se debilitan y no encuentra otra opción que recostarse sobre otro árbol. Pero por sus hojas sigue corriendo la sangre roja de la historia, de una cultura ancestral que hoy mezcla tiempos antiguos con tecnologías cada vez más extendidas en las relaciones sociales. Hay una mezcla de muchos tiempos y muchos espacios, conviviendo en la forma de ser de un pueblo que llega impávido al límite de una civilización confundida.

Y los jóvenes se pierden en la densidad apresurada de encontrar un lugar en el mundo, de añorar una cultura que no se estanque ante la dicotomía de una vida natural extinguida y una vida material con trabajos de explotación capitalista.

Sembrar árboles mientras la sociedad no se decide respecto de los jóvenes: que sean protagonistas de este mundo en guerras, que trabajen en un país sin trabajo, que no cometan inmoralidades en una sociedad hipócrita…

Tener una revista propia es como tener un árbol. Es apostar a una vida equilibrada sin perjudicar la vida de los otros, es la invitación a construir una sociedad nueva que sintetice las virtudes de la razón con los más hondos sentimientos humanos, en virtud de imaginar una vida con las necesidades vitales satisfechas.

De eso se trata, de volver a construir espacios de reflexión y de acción, de expresión y visiones compartidas, de volver con más fuerza después de un período de dudas y imperfecciones existenciales, de dolor en el alma codo a codo con este dulce estar juntos, avanzando de todas formas en un país pisoteado por el accionar oscuro de un grupo de políticos…

¿Podemos sentir lo mismo, podemos encontrarnos, podemos estar juntos a partir de esta revista... Podemos otorgarnos juntos el regalo de ser los constructores de un mundo mejor…

No lo sabemos a ciencia cierta. Pero estamos convencidos de que seguir sembrando árboles es lo que nos hará más humanos, más vitales, más seguros en un crecimiento debil pero aferrado a otros hombros y otras manos, a otras cabezas y a otros corazones.

¿Cuán luminosa es la experiencia juvenil de estar vivos en los tiempos que corren, o cuán oscura es la sensación de estar al lado de los caminos actuales, entrecerrando ojos y aflojando brazos ante una realidad que parece escaparse por los recovecos fríos de una lógica social ajena y autosuficiente…
Las palabras se suceden con fuerza, las imágenes proliferan con hastío mientras que pocas veces nos sentamos a pensar si es esta forma de vida la que alguna vez soñamos protagonizar. ¿Sigue siendo posible juntarnos a soñar lo imposible? ¿O es que no necesitamos soñar algo distinto al agua espumosa que corre bajo nuestros puentes políticos y existenciales? ¿O es que lo mejor es no entrometernos en el normal desarrollo de nuestras sociedades confundidas?
La historia, después de dos años, sigue siendo la misma: la paradoja de una sociedad que pide que sus jóvenes sean aquello que ella no logra ser, mientras se profundiza la visión represiva de normas morales incumplibles. Ante la confución y la poca inteligencia, la imaginación de la sociedad hipócrita sigue hablando de medidas de represión, de prohibiciones, de discursos huecos, de políticas vacías, de mitos espúreos, de una retirada hacia las leyes del mercado que son enaltecidas como el mejor distribuidor de bienes materiales y culturales.
¿Cuál es el accionar del Estado en esta crisis histórica en que lo viejo ya no sirve para entender y hacer el mundo, mientras lo nuevo no llega a nacer? ¿Qué hacen, qué piensan quienes conducen nuestras sociedades? ¿Pueden sentir algo distinto a la falsa sensación de seguridad que irradian sus figuras públicas?
La política partidaria, oh sorpresa, sigue enredándose en litijios personalistas y autistas, mientras que el pueblo misionero dice no a la soberbia baja de la fascinación por el poder y los negociados a puertas cerradas.
Vivimos una crisis cultural profunda, en donde las culturas se mezclan y transforman sin unas políticas que aseguren la racionalidad en la distribución de la riquesa generada por el trabajo de las gentes. Y los jóvenes, impávidos ante la restricción aguda del mercado laboral, se mantienen vivos a través de rituales más o menos dignos que puedan arrojarles las migajas de un país que pudo ser muy grande pero que no lo es.
¿Alguien ve las caras de los hombres públicos disertando sobre la juventud? Caras de piedra, rostros grises, ¿a nadie se le ha ocurrido hacerse cargo de la historia y pensar en estrategias que ayuden a sobrevivir en esta sociedad depredadora? ¿A alguien se le ocurre otra cosa que mandar más policías a reprimir los rituales juveniles?
La lucha sigue siendo la misma: hacer ganar fuerza y legitimidad a la voz juvenil, juntarnos, comunicarnos, enriquecernos, pensar sobre lo que nadie quiere que pensemos, ir preparándonos nosotros para imaginar las acciones que nos conduzcan a una sociedad mejor, más humana, más libre, más hermanada en las sensaciones plenas y las actividades colectivas. Sobre todo con panzas llenas y proyectos compartidos, en donde podamos problematizar lo que nos pasa y tomar nuestras propias decisiones sobre qué queremos ser y qué no. Ser algo más que un paso esporádico por la tierra, dejando nuestras huellas marcadas en lo más profundo de la tierra colorada.

viernes, 2 de febrero de 2001

La Caravana del 69

A 32 años de una caravana histórica

LA CARAVANA DEL 69: LA IRRUPCIÓN FORMAL DE MISIONES EN EL MUNDO

El 12 de abril 1969 una travesía histórica se iniciaba en Puerto Rico. Su capitán terrestre, Abdon Vier, se había propuesto hacer conocer al país las bondades de la tierra colorada. 27 personas, 60 animales, 17 días de viaje, 2 horas cortando el tránsito en el obelisco y la noticia colmando las redacciones de los diarios metropolitanos, Misiones hacía su entrada formal en el escenario nacional y mundial.

Con lo salvaje y lo romántico, con lo rubio y lo aborigen, con animales y productos agrícolas, con la pasión de un hombre que creía que lo autóctono se debía imponer por sobre lo foráneo, la caravana a Buenos Aires fue concretada, aunque con dificultades, en sus objetivos principales. El tiempo y la falta de reconocimiento harían el resto: hoy no se sabe a ciencia cierta si esa expedición se realizó o no, ya que además de la falta de memoria, la historia de la Caravana del 69 combinó, desde el principio, una atmósfera ficcional con un crudo realismo, habiendo podido formar parte, sin forcejeo, la trama literaria de cualquier epopeya histórica.

Una provincia y un mercado común del sur; un momento histórico, el actual, y un protagonista a la hora de generar actividad económica: el turismo. Un país, Argentina, y un eslogan, “Vamos de vacaciones, vamos Argentina”. Una provincia, Misiones, y una salida, “Primero, Conozca Misiones”. Un hombre, Abdon Vier, y una fecha, el 29 de abril; una caravana, la del 69, y un momento trascendental para el rumbo que empezaba a tomar la historia misionera.

Nace una idea, se proponen objetivos

Dice Abdon Vier que cuando él era joven acarreaba rollos con bueyes, y que sin saberlo esa actividad laboral fue el punto de partida de la aventura nunca antes realizada en Argentina. A través de la ruta 12 trasladaba rollos hacia los aserraderos y hacia los puertos del río Paraná. Entonces los turistas lo hacían parar para sacarse fotos junto a los “árboles” que tanto llamaban su atención. “Me dije que un día iba a hacer conocer Misiones –asegura que se propuso-, que no es una provincia donde sólo hay indios y víboras. Por eso en el año 66 empecé a trabajar en la gira y en el año 69 pude concretarla”.

El objetivo principal era hacer conocer Misiones, mostrar una provincia que en muchos aspectos era única en la República Argentina: lo guaraní, la selva, lo puro, lo exuberante, lo que todavía no había sido tocado por la economía agroexportadora.

El gobierno provincial de aquellos años oscuros daría el visto bueno a la Caravana, pero no le otorgaría un apoyo económico a pesar de que la campaña propagandística afectaría a todo el territorio misionero. Así, el proyecto se perfiló como una iniciativa privada en la que Vier invertiría sus más preciados bienes, y a la que muchos colonos del centro de la provincia ayudarían a financiar. Si bien los gastos serían exorbitantes, también era cierto que en el peor de los casos, un mínimo de repercusión ya sería sufiente para saldar los empréstitos. Eso sí, aunque los cálculos eran siempre positivos, Abdon Vier supo desde el principio el riesgo al que se estaba exponiendo: “Si la Caravana no funciona me hundo”, dijo, en la que fue una de las declaraciones más contundentes de aquel abril del 69.

Mientras tanto nacía una idea, la de una caravana bajando hacia Buenos Aires, y una ilusión, la de exponer Misiones en la vidriera argentina de mayor importancia. Pero sobre todo, se concebía una visión de Futuro: el turismo como generador de recursos económicos. No una utopía, porque habría de haber un lugar: el obelisco de la ciudad de Buenos Aires, con sus miles de autos y millones de habitantes, en un incierto atardecer de una jornada laboral porteña.

La delegación

Después de que la idea de la Caravana viera la luz, Abdon Vier inició una de las etapas más duras de la travesía: la constitución de la delegación que viajaría a Buenos Aires.

Poco a poco fue encontrando a las personas apropiadas, que en total sumarían 27, entre niños y mayores. Cada integrante tendría una función específica, y un tipo de relación con el Capitán Terrestre. Desde gente encargada de las tareas más duras hasta una pareja de aborígenes guaraníes que sólo viajaban en representación de las raíces culturales misioneras. Una orquesta con prestigiosos músicos acompañaría a la Caravana interpretando la música folklórica misionera. Una chica de 18 años, llamada Ana María Graf, cantaría al ritmo de su guitarra derramando pasión y entusiasmo. Y un motociclista, Alberto Prestes, haría de las suyas cuando la Exposición fuera llevada a cabo.

Acomodado sobre un cachapé, un tronco de cañafístola, de 12 metros de circunferencia, se presentaba como la mayor atracción. Como siempre sucede con esta especie –Virapitá en guaraní-, llegado a determinado punto de su evolución natural, un proceso de putrefacción se inicia en su interior convirtiéndolo en una verdadera cueva vegetal. Como parte del espectáculo, un Ford Falcon lo atravesaría para demostrar su tamaño comparativo. “Hay muchos como éste allá en Misiones –habría de declarar Abdon Vier a la prensa- pero no tan grandes ni tan añejos”.

Para luchar contra la mala memoria y cumplir con el rigor histórico, un camarógrafo, Roberto Mirone, filmaría un documental basado en la travesía a Buenos Aires, llamado “Misiones hacia el país”. Simultáneamente estaría a cargo de la proyección de la película “Misiones Tierra Colorada”, imágenes ilustrativas de las actividades económicas misioneras, como los procesos de la yerba y el almidón, el cautiverio de los guaraníes con sus ritos y lugares propios, y algunas ciudades misioneras con sus calles principales aún vestidas de rojo.

Sin dudas, la dificultad más extenuante fue la caza de animales. Cada especie tenía su debilidad y era en esa dirección que el Capitán Terrestre iba apuntando a la hora de capturarlos. En 2 camionetas y en alguno de los 5 camiones que constituyeron la travesía fueron albergadas las 60 especies de animales, entre las que resaltaban las más de cien mariposas disecadas, una colección de arañas, varias especies de víboras, un oso hormiguero, jabalíes, carpinchos, tatetos, monos y coatíes.

El animal más incrédulo solía ser el Jaguareté. Dice Abdon Vier que para capturarlo había que ir poniendo la carnada en las inmediaciones de la trampa, durante algunos días, e ir acercándola paulatinamente. “Tardábamos seis meses para lograr atraparlos”. Una vez cazados, restaba la tarea constante de darles de comer y de hacer las jaulas con las cuales poder trasladarlos.

Las familias de Abdon Vier y Fausto Zulliani –algo así como un fiel amigo que se desempeñaba como lo que hoy llamamos vocero- más la pareja de jóvenes aborígenes y algunos trabajadores viajarían en tres casas rodantes. Como escribiría un importante semanario porteño, las condiciones en que viajaron los integrantes de la Caravana serían demasiado desalentadoras para cualquier porteño. Pero las 27 personas estaban dispuestas a sufrir la incomodidad y las dificultades que fueran necesarias a cambio del minuto de difusión cultural. Donde terminaba el límite del espíritu aventurero empezaba la fuerza que arrastra a los que están dispuestos a todo por alcanzar sus objetivos.

El Capitán Terrestre: el viaje

También dice Abdon Vier que encabezar la travesía fue una misión harto complicada: “Tenía que estar a cargo de todo lo que iba sucediendo en el transcurso de la travesía. Controlar de noche y de día, inclusive a la hora de ir a dormir. Había mucha gente bajo mi responsabilidad, y algunos eran menores de edad”.

En cuanto la Caravana zarpó, el Capitán Terrestre se percató de que ya no podría dejar de dar órdenes, y sobre todo que el papel de líder era mucho más arduo de lo que jamás había imaginado. La preocupación principal estaba siempre en relación al cuidado de los animales, ya que ese aspecto era el que menor fervor despertaba entre los trabajadores de la Caravana. Cuando por las noches paraban a acampar, Abdon debía hacer bajar los animales de los camiones, hacer limpiar las jaulas, organizar la guardia, decidir el menú.

Como todo grupo humano, las relaciones iban al compás de ritmos cambiantes, de excelentes a precarias, y de tan excelentes que pasaban a provocar los mismos dolores de cabeza que las discusiones más ásperas. Con la pareja guaraní hubo que conciliar algunas discrepancias culturales. Por ejemplo, acostumbrarlos a que durante la expedición a Buenos Aires usaran los baños y a no comer desmesuradamente. Cuando se iban acercando a las grandes ciudades, necesitaron ser tranquilizados para que no se escaparan, ya que una fuga podría salirles demasiado caro a quienes están habituados a la tranquilidad de la selva misionera.

Con respecto a los medios de transporte, los camiones, en esos finales de la década del sesenta, no tenían la tecnología que más tarde adquirirían. Fue necesario crear mecanismos de frenaje y enganchar los camiones unos a otros, especialmente cuando tuvieron que bajar los cerros misioneros por una Ruta 12 que hasta Santa Ana todavía no había sido afaltada.

Hasta la llegada a Buenos Aires se sucederían los más impensados inconvenientes, desde el cacique tratando de escaparse del mundanal ruido hasta defraudaciones burocráticas. En todas tomaría parte el Capitán Terrestre, sin claudicar nunca en su sueño de la Exposición Misionera. “Sufrimos mucho”, dice hoy Abdon Vier, y consciente de que sus palabras gozan de credibilidad, agrega: “Porque no es fácil. No creo otro loco haya hecho algo semejante”.

La expulsión, La protesta, La noticia

En la última semana de abril de 1969 la Caravana misionera llegó a Buenos Aires, estableciéndose en los terrenos de la ex Penitenciaría Nacional, entre la avenida Las Heras y la calle Zuviría. La Exposición fue montada con rapidez, y pronto se vio invadida por cientos de porteños y por gran parte de los medios de comunicación.

Después de haber permanecido casi una semana en el parque, fuerzas de seguridad ordenaron, a pedido de un funcionario de la entonces Capital Federal, el desalojo de esa delegación que tan alarmantemente había ingresado a la ciudad. Si no acataban, irían a prisión, y los animales serían secuestrados y llevados al zoológico. La prepotencia en el trato y la aparición de la palabra “intrusos” en la orden de desalojo bastó para alimentar la certeza de un naufragio inminente.

Como salido de una novela de Rodolfo Wash, un inspector, de nombre Roque Armento, parecía encarnar la posición de las autoridades porteñas: de maneras grotescas y con ademanes de superioridad, inconmovible y reacio a cualquier solución, estaba dispuesto a hacer cumplir el desalojo decretado por el jefe comunal, que por ese entonces era un general de apellido Iricibar.

Sin opciones ante la coacción de las fuerzas de seguridad, significativas en esos momentos de gobierno militar con Onganía a la cabeza, los integrantes de la Caravana recogieron sus cosas y volvieron a acomodar a los animales en los camiones y camionetas. Furioso, pero sobre todo herido, Abdon Vier declaró a un diario porteño: “Somos misioneros pero sobre todo argentinos. No entiendo por qué nos tratan así”.

Con la amenaza de perder todas sus cosas y de pasar 30 días –y quién sabe cuántos más- encarcelado, el Capitán Terrestre indicó el rumbo y la delegación toda orientó el timón hacia la más vistosas de las vidrieras argentinas. Tomaron por la Avenida Las Heras y después por Montevideo, hasta que llegaron a la tradicional calle Corrientes, que los llevaría hacia el ombligo argentino.

En el atardecer del 29 de abril de 1969 la Caravana misionera, después de haber sido expulsada de los terrenos de la ex-Penitenciaría Nacional, se instalaba en las inmediaciones del obelisco. “Había que hacer justicia”, dice Abdon Vier, “porque no era justo que nos desalojaran del lugar que nos habían prometido”.

Los misioneros irrumpían, de esa manera, en el orden porteño, y sin proponérselo, se constituían en una original exposición mundial. Ya el trayecto hacia el obelisco fue secundado por los autos de los principales diarios de Buenos Aires, muchos de los cuales a su vez actuaban como corresponsales en los países del primer mundo. Los peatones se detenían en las veredas para contemplar esa postal cinematográfica, y los autos tocaban bocinas entre curiosos y alarmados.

Una vez estacionados frente al Obelisco, Abdon Vier desparramó los camiones por la 9 de Julio, y ordenó a los choferes que se mezclaran con la multitud. La Policía Federal no supo con exactitud cómo proceder, más allá de demostrar la disponibilidad a utilizar sus armas de guerras. Las discusiones se entablaron entre misioneros y oficiales: los unos no estaban dispuestos a ceder, los otros pretendían hablar con las autoridades municipales. “¿Es que hay que hacer radicación para llegar a Buenos Aires?”, se preguntaban Vier y Zulliani, en un último arrebato de ironía.

La gente que se había acercado a observar a los animales y al gran tronco con el escudo misionero aclamaba para que los dejaran en libertad, a la vez que miles de automovilistas no se ponían de acuerdo para tocar sus bocinas y pedir a gritos que se reconstruyera el normal transcurso del tránsito. La orquesta empezaba a hacer sonar sus canciones folklóricas más conocidas, Ana María Graf agarraba su guitarra y los tigres empezaban a gruñir: un extraño ambiente híbrido, a medio camino entre la imponente ciudad con su ritmo escandaloso y la apacibilidad de la selva misionera.

Mientras los oxidados hilos políticos se ponían en funcionamiento, la atmósfera que rodeó al Obelisco se volvió grisácea con el atardecer y apesadumbrada con las tensiones y el desconcierto generalizado. Las versiones sobre un final negro para la Caravana, junto a la imposibilidad de acercarse a los funcionarios como en los pueblos del interior, acentuaron la angustia y el descreimiento por una resolución positiva. Un matutino remarcó al día siguiente que a pesar de su fortaleza germana, “Vier no pudo contener las lágrimas”. Y el Capitán Terrestre no lo niega ni lo negará: como si hubiera estado ante una tormenta fulminante en altamar, creyó perdido el rumbo.

Finalmente, cuando los semáforos ya deslumbraban a algunos integrantes de la Caravana, una solución a medias resolvió el entuerto: la Intendencia les otorgaría un terreno en Costanera y Pampa mientras se resolvían las demás cuestiones legales. Una vez más, reorientaron el rumbo, y partieron hacia la Costanera con una serie de consecuencias cargando a las espaldas: la irrupción en el orden de una gran ciudad latinoamericana, más de 10000 autos detenidos en la avenida más ancha del mundo, el asombro de miles de personas, el desconcierto de las autoridades y el símbolo porteño arrebatado.

El desenlace: la Exposición

Sin alternativas y con la amenaza de una lluvia inminente, la Caravana tuvo que dirigirse Nuñez, hacia la cabecera norte del aeroparque metropolitano, sobre la calle Pampa y la avenida Costanera. “Somos argentinos”, repetía Abdon Vier, “no pueden tratarnos así en nuestra tierra”.

Una vez que llegaran a los terrenos precariamente otorgados, restaría esperar unos días para que el permiso fuera confirmado. Mientras tanto podrían acomodar los animales y prepararlos para exhibirlos a la gente que iría llegando a cada rato y en cantidades considerables. El tronco con el escudo de Misiones en lo alto y la pareja de guaraníes dando vueltas serían algo así como la certificación incuestionable de la presencia misionera. Recién una semana después, cuando llegara el permiso, podrían pensar en desplegar la “Exposición Itinerante” en todo su esplendor. Poder proyectar, quizás, las películas, llevar a cabo el teatro para niños (en manos de Fausto Zulliani), y hasta hacer exhibiciones con motos sobre el gran tronco. Hasta ese entonces no podrían pensar en cobrar entrada ni disminuir los gastos de todos los días. Miles de personas conocían las bondades misioneras y eso era lo que importaba. Las demás cuestiones iban en decadencia, las pérdidas habían sido considerables y los ánimos ya no eran los del primer día. Por si fuera poco, la lluvia constante amenazaba con convertirse en una fuerte tormenta y encontrarlos solos en una ciudad fría y desconocida.



FINAL

De Puerto Rico al obelisco, de Misiones al mundo, de la periferia al centro, de la más pura ilusión a la certeza de las cosas concretadas, Abdon Vier logró realizar la Caravana a Buenos Aires. Como aquellos que dan todo por lo que creen, creyó en una idea que nacía del trabajo diario; como aquellos que se largan aguas abajo en el rubor de su sueño concretado, formó una delegación de 27 personas; como aquellos que no se desvanecen ante los dedos marcando la locura, se subió a la ardua tarea de capitanear un grupo heterogéneo de personas y animales; como esos capitanes que pudiendo salvarse deciden hundirse cuando sus barcos naufragan, se hundió en un proyecto económicamente adverso; como aquellos recuerdos que no sabemos si realmente ocurrieron o si son producto de nuestros sueños, se apropió del obelisco en la búsqueda y el reclamo de lo que él creía justo.

Y puso el grito en cielo, y dijo Misiones es parte de Argentina. Y aunque la sociedad ha cambiado y las distancias acortado a partir del auge de las telecomunicaciones, la Caravana del 69 fue pionera en esto de ver al turismo como una alternativa económica.

Por más que la memoria acostumbre a jugarnos malas pasadas y solamos olvidar lo importante en manos de lo insignificante, y aunque sólo vivamos un presente continuo con vejaciones al espíritu, sí es cierto que un día un hombre juntó animales y los llevó a la Capital Federal en la ilusión de que Misiones fuera lo que es, es decir "mucho más que cataratas y selva impenetrable, y mucho más que indios y víboras”: una provincia que debía ser considerada argentina, y sobre todo un territorio que tenía que ser reconocido como hermoso.


Kevin Morawicki, Puerto Rico, verano de 2001

jueves, 3 de febrero de 2000

Entrevista a Carlos Martinez Gamba

ENTREVISTA A CARLOS MARTINEZ GAMBA


ESCRIBIR ES DEJAR TESTIMONIO DE UN TIEMPO


Es un día de semana en Puerto Rico. La ventana de la oficina limita con la vereda peatonal: la gente pasa a metros, quizás a centímetros de nosotros. Carlos Martínez Gamba los mira por unos instantes, luego dirige su mirada hacia mí, y aclara una primera cuestión, más bien responde la primera de una serie de tímidas preguntas que habré de hacerle: “Tengo como 20 obras publicadas y otras a publicar, así que me considero un escritor. Alguna vez no le di mucha importancia a la escritura, pero ahora que voy envejeciendo estoy dispuesto a asumir esa condición. Y me gusta, me gusta ser un escritor”.

Adentro, en esta oficina prestada por algún amigo porteño, no hay mucho para observar. Hay un escritorio bastante chico, a cuyo costado reposa, majestuosa, una máquina de escribir. Y en uno de los rincones, un sillón hamaca construido con tacuaras e hilos, parecida a las que construyen los mbyá guaraníes en el nordeste argentino. Le pregunto por qué escribe.

-Hay muchos motivos- me dice, volviendo a mirar hacia la ventana. Suspira fuertemente, y finalmente dice: -Escribir es dejar testimonio de un tiempo. Y no sé por qué, uno lo quiere hacer desde un punto de vista personal, siendo que los diarios, las fotografías, están dejando constantemente otros testimo-nios. ¿Porqué uno también quiere hacerlo? Eso no lo sé.

Eso no lo sé”, dice el escritor nacido en Villa Rica, Paraguay. Dice que no lo sabe, aunque lo más probable es que evite la explicación de lo que no necesita ser explicado, de lo que no tiene una respuesta lógica y racional. Como esas luces, que en la noche absoluta se encienden sin ninguna fuente de energía que las abastezca.

-¿Qué hace que Ud. se decida a escribir una historia?

-Y... de repente es como una luz que se enciende, y uno dice “sobre este personaje tengo que escribir”. Mi primer libro nace así. Hay un personaje popular que en castellano quiere decir "Piquentito” -el que tiene esos bichos que salen de los pies-, sobre el que se tejen infinitas historias en el Paraguay, y que nunca fue elevado al plano literario. Además es un personaje que siempre me gustó porque de chico me contaron muchos cuentos sobre él. Me dije: ”¿Cómo esto no fue elevado al rango de literatura escrita?” Porque como literatura oral sí existía. Y escribo ese libro en breve tiempo, el cual me dio pie para seguir escribiendo.

“Piquentito” fue publicado en Buenos Aires en 1970, cuando Martínez Gamba tenía 31 años. En la década de los ochenta publicó en Posadas y en la ciudad brasileña de Curitiba, aunque actualmente publica en Asunción. Básicamente escribe poesía y narrativa corta, siempre en guaraní, su idioma vernáculo.

Le pregunto si ha publicado novelas: me niega con la cabeza. Acomodando su larga barba canosa, como simulando peinar lo impeinable, dice que quizás todavía esté a tiempo. Se toma las manos, entrelaza los dedos. Le pregunto sobre aquella vieja polémica según la cual escribir novelas es relativamente más fácil que el cuento. “Así dicen –me dice-. Pero el primer cuento argentino, El Matadero, escrito por (Esteban) Echeverría, no tiene los lineamientos ni las exigencias que ahora quieren imponerle al cuento, pero nadie puede negar que sea un cuento. Para mí el género por excelencia es la novela, la novela larga, de 1000 páginas, como La Guerra y la paz. Yo escribo cuentos, pero me hubiera gustado escribir “La guerra y la Paz”. El que no puede escribir una novela así es el que se dedica a endiosar las cualidades necesarias para que el cuento sea considerado perfecto.

Como para ahondar en el tema, le sugiero al autor del Aleph como uno de los pregoneros del cuento en detrimento de la novela. Carlos Martínez Gamba me dice: “Yo creo que Borges no escribía novelas porque no tenía la polenta suficiente. Porque hace falta mucho esfuerzo. Un cuento uno lo puede hacer en un par de horas; una novela lleva años. Hay que ser consecuente, sentarse todos los días frente a la máquina, y darle duro”. Sonriendo, hace de la ironía un arma letal: “¿Qué hacemos los que no escribimos novelas? Decir que la novela es un género facilongo y que el cuento sí que es muy difícil porque nosotros somos cuentistas”.

Me río. Martínez Gamba, despo-jándose de cualquier resabio de ironía, denota seriedad. Mira hacia afuera, hacia esa ventana que es algo así como el umbral entre su mundo y el mundo exterior, entre una época y otra, entre la realidad y sus ficciones. Empiezo una pregunta, intuyo que me lee entrelíneas. Me observa con atención, más acá de la ventana: a medio camino entre su interior y mi exterior. Empiezo a preguntarle, achica un poco los ojos, le pregunto qué libros no puede dejar de leer un buen lector.

-El Quijote, Los miserables, y Crimen y castigo. El que no leyó esos tres libros se puede decir que no leyó nada.

-¿Y en cuanto a la literatura Latinoamericana?

-El que más me gusta es (Alejo) Carpentier, el cubano. Me parece un escritor exquisito, ejemplar. También me gusta mucho Arlt.

-¿Es de releer?

-Y... yo sólo releería la carta de mi padre. Para el tiempo que fue escrito tiene mucho de interesante, por lo menos desde el punto de vista psicológico, no tanto desde el literario.

Martínez Gamba ha nombrado a Roberto Arlt, ha dicho que es un escritor que le gusta mucho. Entonces le cito una frase de ese autor porteño, a partir de la cual todo aquel que alguna vez haya leído un libro no podrá ser nunca feliz. Martínez Gamba ríe espontáneamente, como si se sintiera orgulloso por el escritor que admira. “Es que uno aprende a cuestionarse a través de los libros -me dice entre contento y pensativo-. Pero si traen infelicidad, es una infelicidad positiva, porque es una infelicidad que hace que uno se conozca a sí mismo y considere más a su prójimo, hace que uno no viva tanto para dentro y que se expanda en torno suyo”.

Afuera, la vereda es atravesada por un grupo de chicos: gritan y ríen a carcajadas. Llaman nuestra atención, así que permanecemos mirándolos. Él pensará qué es lo que pensarán esos jóvenes. Yo pienso, en cambio, qué es lo que pensaremos los jóvenes. Miro mis apuntes, más que preguntar, pretendo sacarme una duda:

-¿Entonces no hay duda que en los libros se esconden las posibilidades de mundos mejores? Quiero decir: ¿son cien por ciento positivos, o uno puede cuestionar ciertas cuestiones?

-Sí, sí son positivos. Además los libros pueden ser considerados el corazón de los pueblos. ¿Dónde se reflejan los pueblos? Más que nada en los libros. También hay otras manifestaciones en las que se refleja el carácter de un pueblo. Pero sobre todo en los libros, en la literatura. Así que para mí es un elemento esencial en la vida de los hombres.

Las preguntas se me van termi-nando. Tengo muchas, en realidad, pero ninguna demasiado original, ninguna digna ser expresada. Porque hay preguntas que cansan, y respuestas que no interesan. Pero desde mi pretendido papel de interrogador, como un tonto que es arrastrado por la manada, no puedo no preguntarle sobre el papel de los escritores en el desenvolvimiento de la vida política: a regañadientes le pregunto por la relación de los intelectuales con la realidad política y social. “Los escritores – responde con convicción- no pueden estar marginados de la realidad social. Pero pienso que su compromiso primordial es con la literatura, o sea tratar de escribir bien”.

Martínez Gamba permanece pensativo unos segundos, mirando, quizás, hacia su interior. Luego continúa: “Es que hay una lucha importante sobre la tierra: que haya menos pobres, menos miserables. Y la realidad es que siempre hay más. Este sistema que ahora rige al mundo, el libre mercado y todo lo demás, ha creado más pobres que nunca antes. Esas son cosas con las que yo no puedo vivir.

Tocan la puerta, entra una persona. Le digo que lo atienda tranquilamente pero me dice, terminante: “No, sigamos contigo.” Le dejan unas carpetas, y retomando el hilo, sentencia: “Es decir que es la injusticia lo que no tolero, es con la injusticia con lo que no puedo vivir”

Le pregunto, entonces, por sus mecanismos de defensas. “Y bueno

-me dice, con tono de quien evoca tiempos pasados-, yo siempre milité de un lado. Y esa militancia me ayudaba a ordenar mi vida, era un instrumento válido para que no me volviera loco, para mantener cierta coherencia. Y también la literatura: la literatura siempre me ayudó mucho”. Me mira con profundidad, como si hubiera terminado de responder. Sus ojos siempre pequeños, parecen encenderse ahora en un arranque de ilusión, como quien mirando su historia, proyecta futuros: “Creo que el hombre se va a ir perfeccionando, creo que alguna vez se va a crear una sociedad justa. Esos eran nuestros ideales en mi tiempo, y bueno, yo sigo viviendo con ellos”.

Empiezo a recoger mis cosas. Pensando ya en la redacción, buscando una respuesta a modo de cierre, le pregunto si le obsesiona la muerte. Me dice que no, que antes cuando era joven alguna vez le preocupó, pero que esos temores se fueron extinguiendo con el paso de los años. Un tanto inconforme con su respuesta, aclara: “No me quiero morir de ninguna manera, pero si por allí viene la muerte, le voy a decir: ´Entra ya, no esperes allí afuera`”.

Mientras sonrío, me pregunta si servirá la entrevista. Yo le respondo que sí, que por supuesto que sí. Como quien habla de un partido de fútbol, continuamos hablando de la relación del periodismo con la literatura, y del importante sustento económico que esa conjunción significó para muchos grandes escritores. Riendo le digo que la plata no tiene importancia, que se la puede ir haciendo día a día. Matínez Gamba, también sonriendo, acota que “claro, plata tiene cualquiera. Si he gastado fortunas para seguir siendo pobre”.

Kevin Morawicki, Puerto Rico verano de 2000

Kevinmorawicki@yahoo.com