domingo, 26 de agosto de 2007

¿Cuán luminosa es la experiencia juvenil de estar vivos en los tiempos que corren, o cuán oscura es la sensación de estar al lado de los caminos actuales, entrecerrando ojos y aflojando brazos ante una realidad que parece escaparse por los recovecos fríos de una lógica social ajena y autosuficiente…
Las palabras se suceden con fuerza, las imágenes proliferan con hastío mientras que pocas veces nos sentamos a pensar si es esta forma de vida la que alguna vez soñamos protagonizar. ¿Sigue siendo posible juntarnos a soñar lo imposible? ¿O es que no necesitamos soñar algo distinto al agua espumosa que corre bajo nuestros puentes políticos y existenciales? ¿O es que lo mejor es no entrometernos en el normal desarrollo de nuestras sociedades confundidas?
La historia, después de dos años, sigue siendo la misma: la paradoja de una sociedad que pide que sus jóvenes sean aquello que ella no logra ser, mientras se profundiza la visión represiva de normas morales incumplibles. Ante la confución y la poca inteligencia, la imaginación de la sociedad hipócrita sigue hablando de medidas de represión, de prohibiciones, de discursos huecos, de políticas vacías, de mitos espúreos, de una retirada hacia las leyes del mercado que son enaltecidas como el mejor distribuidor de bienes materiales y culturales.
¿Cuál es el accionar del Estado en esta crisis histórica en que lo viejo ya no sirve para entender y hacer el mundo, mientras lo nuevo no llega a nacer? ¿Qué hacen, qué piensan quienes conducen nuestras sociedades? ¿Pueden sentir algo distinto a la falsa sensación de seguridad que irradian sus figuras públicas?
La política partidaria, oh sorpresa, sigue enredándose en litijios personalistas y autistas, mientras que el pueblo misionero dice no a la soberbia baja de la fascinación por el poder y los negociados a puertas cerradas.
Vivimos una crisis cultural profunda, en donde las culturas se mezclan y transforman sin unas políticas que aseguren la racionalidad en la distribución de la riquesa generada por el trabajo de las gentes. Y los jóvenes, impávidos ante la restricción aguda del mercado laboral, se mantienen vivos a través de rituales más o menos dignos que puedan arrojarles las migajas de un país que pudo ser muy grande pero que no lo es.
¿Alguien ve las caras de los hombres públicos disertando sobre la juventud? Caras de piedra, rostros grises, ¿a nadie se le ha ocurrido hacerse cargo de la historia y pensar en estrategias que ayuden a sobrevivir en esta sociedad depredadora? ¿A alguien se le ocurre otra cosa que mandar más policías a reprimir los rituales juveniles?
La lucha sigue siendo la misma: hacer ganar fuerza y legitimidad a la voz juvenil, juntarnos, comunicarnos, enriquecernos, pensar sobre lo que nadie quiere que pensemos, ir preparándonos nosotros para imaginar las acciones que nos conduzcan a una sociedad mejor, más humana, más libre, más hermanada en las sensaciones plenas y las actividades colectivas. Sobre todo con panzas llenas y proyectos compartidos, en donde podamos problematizar lo que nos pasa y tomar nuestras propias decisiones sobre qué queremos ser y qué no. Ser algo más que un paso esporádico por la tierra, dejando nuestras huellas marcadas en lo más profundo de la tierra colorada.

1 comentario:

jorgehue dijo...

(tiene uno que tener ingenio para adivinar este blog, cuando "algunas/os" se olvidan de avisar)
un abrazo largo, como siempre

Celebro que haya otro lugar para la palabra; y no para la palabra mentirosa o hiriente, sino para esa que nos redime cuando sale de ese lugar que llamamos VIDA.
Cuanto los quiero!!!