LOS AUTOS INCENDIADOS:
REPRESIÓN, CHIVOS EXPIATORIOS Y POLÍTICAS CULTURALES PARA JÓVENES
Los hechos sucedidos en Puerto Rico en torno a la quema de autos parecen ser susurros al oído de Cocú: jóvenes y orden social, es decir, problemáticas jueveniles –y no sólo- que remiten, se mire por donde se mire, al orden cultural. Cocú, Cultura y Juventud… ¿Qué significan esas palabras? Parece estar claro que, en el contexto actual, significan mucho y, al mismo tiempo, nada. Durante los últimos años y crisis de 2001 mediante, muchas veces nos hemos preguntado desde Cocú si no estaríamos “endiosando”, sobrevalorando la importancia de trabajar en el orden de lo comunicacional y educativo, cuyo piso y cielo es siempre lo cultural.
Al igual que en otros pueblos del país, los últimos sucesos en Puerto Rico –que se suman a otros, como el desborde de las instituciones educativas para contener dentro de sus muros la formación de sujetos y subjetividades- parecen decir que no, que no era una exageración la necesidad del trabajo cultural. Y que, de hecho, atravesamos por un momento de la historia que Antonio Gramsci llamaba “crisis orgánica”. Ya lo hemos dicho varias veces en esta revistita, pero esta frase, aunque de vuelo literario, sigue dando cuenta de una posible “puerta de entrada” a la comprensión de lo que está pasando en nuestros días: “lo viejo muere y lo nuevo no llega a nacer”. Es decir un desfasaje, una crisis (según Gramsci) fundamentalmente del orden cultural que repercute en el orden político; esto es, en las acciones posibles para abordar y “trabajar” eso que pasa en el mundo. Y lo que pasa es lo que advierten los antropólogos: no sólo ha cambiado el mapa sociocultural, sino que han cambiado los principios mismos del trazado del mapa.
Algunos de los muchos rasgos de la crisis orgánica (que tanto pusieron en evidencia lo que se dio en llamar “la emergencia de las culturas juveniles”) son:
- La crisis de las instituciones de representación (partidos políticos) y de formación de sujetos (la escuela)
- La crisis de los “contratos sociales” que supuestamente garantizaban derechos a cambio de la sumisión de los gobernados en una autoridad soberana.
- Y la crisis o desdibujamiento de los imaginarios de ascenso social respecto a las condiciones materiales de vida, producto de un mercado laboral precarizado y en el contexto de novedosas y terribles formas de pobreza estructural, consecuencia de las políticas neoliberales y el accionar vergonzoso del sistema político.
Ante esta situación, el panorama es difícil y complejo. ¿Qué hacer ante casos como la quema de autos? ¿Es un tema judicial, policial, económico? ¿O es también un emergente inevitable del tipo de sociedad que hemos construido?
Es curioso: pero las visiones sesgadas de la realidad siguen proliferando y, por lógica, obturando las posibles acciones que puedan contrarrestar las problemáticas sociales.
A pesar de las dificultades que estas visiones nos generaron a la hora de imaginar y dar forma a espacios de participación y expresión juveniles, los que estuvimos y estamos en la propuesta de Cocú y Alterarte sentimos que en algo no estábamos tan equivocados. De hecho, una investigación sobre el “Proyecto Cocú”, titulado “La lucha de los Innombrables: lo educativo y político en espacios comunicacionales juveniles”, será publicado como libro por la Editorial de la Universidad de La Plata.
Pero más allá de estas autorreferencias un poco sanguíneas y que van de la mano del recuerdo de cuando salíamos a buscar publicidad en febrero de 2002 y sólo nos encontrábamos con cierres de puertas en la cara, lo que no tienen que quedar opacado es el entendimiento de que la educación es un proceso de comunicación atravesado por la cultura.
Dicho de otra manera, la comunicación y la educación, en el sentido al que adherimos tanto ética como académicamente, tiene que ver con la incrementación y problematización de las “lecturas del mundo” como paso previo a poder “escribirlo”, es decir transformarlo. Como dice el pedagogo Paulo Freire, no es suficiente con el aprendizaje de la lectoescritura y los contenidos programáticos de la educación formal. Por eso es que la realidad entra por los muros escolares y condiciona el proceso educativo, y es por eso que la escuela es un escenario en donde puede ser mirada la conflictiva sociocultural de los tiempos que corren. Los maestros dejando de gozar el prestigio y reconocimiento de antaño mientras tampoco son capacitados para trabajar en contextos de fuerte complejidad cultural.
Por otra parte, cuando decimos que es importante los procesos formativos que nos llevan “comprender lo que está pasando” no es para tener opinión elegante o palabrerías acerca de lo que sucede socialmente; sino que la comprensión condiciona la acción, es decir, la “lectura” que hagamos de lo social determina el rango de acciones posibles.
Por eso dice Gramsci que la crisis cultural repercute en el orden político: por ejemplo, cómo abordan este tema los “representantes del pueblo”, de las instituciones, de los que ocupan lugares de poder. No sería extraño que, como sucede en otros casos de Argentina, ante la condición juvenil el abordaje fuera únicamente en términos judiciales o policiales, como si se tratara de extirpar algunos tumores y una vez logrado esto, todo volvería a un supuesto normal desempeño de un orden de cosas justo.
En definitiva, estamos hablando de “Educación popular”, dentro y fuera de las aulas. No tanto en el sentido que lo entendía Sarmiento, para imponer un pasaje de los “bárbaros” hacia lo “civilizado” en un proyecto de hegemonía que desatendía las diferencias culturales, sino como proceso colectivo de problematización de la comprensión del mundo y del trabajo en conjunto para pensar acciones posibles. Por ejemplo, acciones del orden de lo cultural. Porque, como decía el pedagogo cordobés Saúl Taborda, todo espacio social educa, la sociedad toda es la que educa. Eso es lo que la política no hace. Porque no lo entiende. Porque no le interesa. O porque lo sabe pero prefiere crear “chivos expiatorios” para mantener un orden social injusto.
Lo volvemos a decir, una y otra vez: la focalización y acusación moralista y represiva de la condición juvenil cierra las puertas para un cambio hacia un mundo mejor. Es algo que ha quedado viejo. Y no nos quedan muchas alternativas: es ahora cuando debemos trabajar en conjunto, comunitaria y solidariamente para contribuir a la llegada de lo nuevo. Aunque cueste sudor y lágrimas, esforzarnos e intentarlo también será hermoso.